miércoles, 2 de febrero de 2011

Érase una infancia

1.991 creo que fue un año muy importante para mí, un año de grandes cambios, tanto para bien como para mal. 

Mis padres, unos años antes habían vendido el piso de Santander y se habían comprado otro en el mismo pueblo de mis abuelos. Al poco de tener ese piso, a mi padre le diagnosticaron lo que a mi me dijeron que era una "cosilla" sin importancia y que con los años fue derivando en un cáncer en la garganta, que acabó dejándolo sólo con una cuerda vocal y ronco de por vida. 

"Gracias" a la enfermedad de mi padre, a mi madre le concedieron el traslado provisional a Santander, para que lo pudiese atender y finalmente ese traslado se convirtió en definitivo, así que pasamos a ser una familia un poco más estructurada y ya vivíamos los 3 juntos. 

El año pasado mi madre me contó que por aquel entonces se quedó embarazada, pero que decidieron interrumpir el embarazo, porque todavía no tenía el traslado y no se veía con fuerzas de hacer frente al problema de mi padre, un piso a medio pagar, a vivirlo todo desde la distancia y encima cuidar de una criatura. La verdad es que (dejando a parte las consideraciones morales sobre el aborto en sí mismo) lo veo una decisión totalmente justificada, aunque la verdad es que me habría gustado no ser hijo único. 

Ese año, en medio de todas esas circunstancias, hice la primera comunión, aunque casi no llego vivo, porque justo 3 días antes, jugando en las obras de unos pisos que estaban construyendo en un descampado frente a mi nueva casa, me caí por el hueco del ascensor desde el 2º o 3º, no lo recuerdo exactamente. Lo que sí sé es que acabé en los garajes, que menos mal que con lo que había llovido estaban inundados y aunque todavía no se me daba muy bien eso de nadar, los chicos mayores con los que estaba jugando fueron capaces de sacarme de allí. 

En el verano de ese año también me dí cuenta de que era gay. Bueno realmente de lo único que me dí cuenta es de que, viendo los vigilantes de la playa, yo no hacía ni puñetero caso a las tetas de Pamela Anderson y me quedaba embobado con las chocolatinas de los socorristas. Supongo que fui un poco precoz en el despertar a mi sexualidad, pero ya digo que tampoco es que fuese plenamente consciente. La consciencia de lo que me pasaba tardó en llegar yo creo que hasta el instituto y la plena aceptación no se produjo hasta la universidad, pero eso lo dejamos para otro día, que estoy corriendo demasiado. 

CONTINUARÁ...

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