martes, 3 de enero de 2012

Érase un regalo vivo

En la anteior entrada comenté cómo han sido las fiestas de Nochebuena y Navidad a lo largo de mi vida y hoy voy a hablar de cómo han sido este año y tengo que empezar diciendo que estos dos días han sido los únicos de todas las fiestas navideñas que tenía previstos pasar con mi familia y mis amigos, en mi tierra.

Este año, estos días con mi familia han estado marcados por el regalo que le he hecho a mi madre: un yaco, que es un tipo de loro de plumaje gris y cola roja, que según dicen, es el que más facilidad tiene para aprender a hablar.

El motivo de este regalo es que en mi casa, cuando yo era pequeño, habíamos tenido uno, que en un descuido de mi padre, acabo escapándose cuando ya había empezado a hablar. Desde entonces, mi madre cada vez que veía un bicho de estos en una tienda de animales, entraba a preguntar su precio, pero siempre decía que era muy caro y se echaba para atrás.

Unos días antes de navidad me habló de que había ido a comer con sus amigas a un restaurante en el que tenían un loro de estos y que estuvo hablando con su dueño del tema y la forma en la que me contaba todo esto por teléfono, me hizo decidirme por comprarle uno como regalo de navidad, aunque tenía que hacerlo en tiempo récord.

Primero me dediqué a mirar precios por internet para ver si estaban más baratos aquí o en Cantabria y comprobé que aquí eran algo más baratos, así que localicé una tienda en Madrid dedicada en exclusiva a la cría y venta de loros y allá que me fui el miércoles 21. Me confirmaron que tenían 7 disponibles y que podían hacerles las análiticas necesarias durante el jueves 22 y tenerlo disponible para llevármelo directo desde la tienda hasta la casa de mi madre, el viernes 23 a primera hora y eso fue lo que hice.

El momento cómico vino a la hora de elegir al animalico, ya que como digo tenían 7 disponibles y el dependiente nos puso a ÉL y a mi los 7 bichos a la vez en los brazos para que le dijésemos cuál nos gustaba más y a mí todos ellos/ellas me parecían iguales. Al final elegí al único que no me estaba picando y le pedí que me los quitase lo más rápido posible de encima, aclarándole que no es a mi a quien le gustan estos animales, sino que era para mi madre.

Pues nada, lo dejé reservado el miércoles y el viernes fui a por el bicho a las 10 de la mañana. Ya tenían el sexaje hecho mediante el ADN y resulta que había escogido una hembra. Como dije que me la iba a llevar a Santander, me la pusieron en un transportin como los de los perros, con un poco de comida y lista para llevar.

Puse el transportín en el asiento del copiloto de la casa con ruedas, atado con el cinturón de seguridad y con la puerta mirando hacia mi asiento, para poder controlarla de reojo mientras conducía y la verdad es que durante el viaje la bicheja se portó de maravilla. Se limitaba a verme conducir y a mirar para todas partes en busca de la mujer del GPS, cada vez que me daba alguna instrucción.

A la llegada a casa de mi madre, la cara de sorpresa que puso no tiene nombre, ya que no sabría decir si era señal de que le gustaba el regalo o de que lo aborrecía. Supongo que le gustó, porque no tardó ni medio minuto en bautizarla como Lola y en ponerse a hablarle.

Y aquí empezaron los problemas, porque yo recordaba que teníamos la jaula del loro anterior por casa, pero lo que no me imaginaba era que iba a estar roñosa entera. Así que mi madre, que estaba muy estresada con la preparación de la comida del día de navidad (sí, 48 horas antes mi madre ya se mete en la cocina a preparar las toneladas de alimentos que luego no hay quien se acabe). Pues tuvo que dejar todo eso y recorrerse las escasas tiendas de animales de Santander en busca de una jaula adecuada para Lola.

Mientras tanto yo me quedé con ella suelta ya por casa, porque después de 5 horas encerrada en el transportin, no podíamos dejarla más tiempo allí, así que la puse en un palo y me quede esperando a que volviera mi madre. Y volvió pero con una primera jaula que no tengo ni idea de quién le dijo que era para loros, porque tenía una puerta por la que no cabía ni un periquito, así que vuelta otra vez a cambiarla y eso con el día de perros que hacía por Santander. A la segunda fue la vencida y la bicha ya tenía casa, casi a la hora de cierre de las tiendas, pero ya se pasó el estrés inicial.

Y en este punto tengo que decir que hay que ver lo que me gusta una excursión y más si es por Úbeda y sus famosos cerros, porque venía yo con la idea de hablar sobre mi Navidad y he acabado hablando sobre una loro y sus peripecias, así que voy a cortar por lo sano y dejar para otro día el tema de mis navidades.

2 comentarios:

  1. Vamos, que te has buscado algo para darle palique a tu madre en tus ausencias... Lo tuyo no tiene nombre.

    Yo de pequeño tenía un canario, una maravilla que silbaba un montón por las mañanas y nos despertaba a todos, quizá, por eso, un día "escapó". Jejeje

    Bicos Ricos

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  2. Pues la verdad es que me has pillado, el loro es para que me sustituya como su hijo preferido, jejeje.

    Mi madre también tuvo un canario, que en realidad fueron dos distintos, para que mi prima no descubriese lo que era la muerte.

    Un beso!!

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