Mira que no aprendo, todos los planes a futuro que he puesto por aquí se me han chafado y yo sigo poniéndolos.
Ahora debería estar yo pasando el día de San Juan en mi pueblo, que es fiesta. Y resacoso, después de la juerga de ayer frente a la hoguera del fuego purificador, pues nada, todos los planes se fueron ayer a la mierda, aunque podía haber sido peor de lo que realmente fue.
Voy a ver si consigo explicarlo sin irme mucho por las ramas, que a estas alturas supongo que ya os habréis dado cuenta de que la concisión no es una de mis virtudes.
Ayer salí de mi casa en Madrid a las 9:45 de la mañana, con la moto, dirección a mi pueblo de Cantabria. Tiempo estimado del trayecto 4 horas y media incluyendo los 2 repostajes de combustible necesarios.
Antes de salir había comprobado todas esas cosas que suelen recomendar, fundamentalmente los niveles de los líquidos y el estado de las ruedas. Todo OK.
La ruta iba más o menos bien, incluso ya había pasado el peor tramo, que es el correspondiente a la provincia de Burgos, porque está la autovía levantada y sólo han dejado un carril para cada sentido. Había hecho el primer repostaje en la provincia de Segovia, al poco de salir de la Comunidad de Madrid y ya me tocaba el segundo, en la provincia de Palencia.
Iba yo tranquilamente por la "Autovía de la Meseta" que es como se conoce a la A-67, la nueva autovía que une Cantabria con Palencia, cuando al tomar la salida, para dirigirme a la gasolinera, noté que algo no iba bien. Cuando finalmente paré en la estación de servicio, confirmé mis peores temores: un pinchazo en la rueda trasera.
Pregunté en la estación de servicio por algún taller de neumáticos o algo similar, pero me dijeron que el más cercano estaba a unos cuantos kilómetros, básicamente me vinieron a confirmar lo que ya estaba viendo yo, que aquella gasolinera estaba en mitad de la nada.
Pues nada, llamada a la grúa, que parece que estaba aparcada ahí al lado, porque no me dió tiempo casi ni a terminarme el pincho de tortilla que me había pedido en el bar de la estación de servicio.
Cuando llegó el hombre de la grúa me recomendó llevar la moto al único taller de motos que había en 50 kilómetros a la redonda, que estaba 3 pueblos más adelante, teniendo en cuenta la separación entre cada pueblo que hay en Castilla.
Finalmente llegamos al taller cuando acababa de cerrar para comer. Eran las 14:05 y cerraban de 14:00 a 16:30, pues nada, dejamos la moto en la puerta del taller, el de la grúa se pira y yo me quedo conociendo el pueblo, que la verdad es que resultó bonito. Además estaban en fiestas y en concreto, las peñas formadas por la juventud del pueblo estaban con sus comidas de confraternización correspondientes en un parque y con un alto grado ya de alcohol en sangre. Y yo aprovechando para alegrarme un poco la vista y dejar de preocuparme por el pinchazo.
Llegó la hora de abrir el "taller" y allí estaba yo. Lo he puesto entre comillas porque cuando abrieron la puerta pude comprobar que en el supuesto taller de motos vendían o arreglaban bicicletas, motosierras, aparatos de gimnasio... vamos de todo... menos motos, que no había ni una por allí.
Le conté mis problemas al hombre, bueno no todos, sólo el del pinchazo y me dijo que no tenía neumáticos en stock, que le tardarían 3 días en llegar y que encima cerraba desde hoy viernes hasta el próximo miércoles por las fiestas del pueblo, así que me dijo que lo único que podía hacer era reparar el pinchazo y que tratase de llegar a Santander donde me podrían cambiar el neumático sin esperas.
A las 17:30 ya estaba otra vez poniéndome en marcha, notando una ligera vibración en la moto, pero tratando de llegar a mi destino sin perder tiempo, por miedo a posibles fugas de aire. 10 kilómetros más adelante, circulando a unos 120 km/h ocurrió la catástrofe. Escuché una fuerte explosión y la moto empezó a culear a uno y otro lado sin control. No sé ni cómo tuve la sangre fría (y la fortuna, todo sea dicho de paso) de controlar el aparato sin irme al suelo.
Menos mal que un día haciendo zapping ví un reportaje de seguridad vial y dijeron que lo más importante en caso de un reventón es no tocar el freno. En el reportaje hablaban de los coches, pero por si acaso yo lo apliqué también a la moto y fui haciendo equilibrismos con la moto, mientras ella se empeñaba en cruzarse por la carretera.
Me dió tiempo a mirar por el retrovisor y ví que sólo me seguían de lejos otra moto y un coche y ambos se habían dado cuenta de mi situación porque habían reducido drásticamente y tenían los intermitentes de emergencia puestos. Ahí me tranquilicé un poco, lo primero que pensé es que si me caía al suelo no me iban a pasar por encima y podrían llamar a la ambulancia, así que continué dando bandazos de carril a carril de la autovía hasta que al final se detuvo en el arcén de la izquierda, en la mediana, que es de estas que tienen como un vadén en el centro con un sumidero para el agua.
Todo esto pasó en pocos segundos, pero a mi se me hicieron larguísimos, hasta que fui capaz de poner el pie en el suelo. Bajé de la moto todavía temblando y la apoyé sobre el caballete. Había parado también el motorista que venía detrás que se bajó de su moto temblando también, porque había visto la jugada perfectamente desde atrás y se quedó un ratillo tranquilizándome y tranquilizándose, hasta que llamé a la grúa de nuevo y ya se despidió y se marchó.
Esta vez me mandaron otra grúa del mismo pueblo en el que me habían reparado el pinchazo, les conté el problema al hombre de la grúa y a los de la asistencia en carretera y decidimos que lo mejor era que me llevaran a la base de la grúa, que era también un concesionario de coches, para que me tranquilizase y buscásemos una solución desde allí.
La verdad es que en aquel concesionario se respiraba un ambiente totalmente familiar. Estaba el marido que era el que me había ido a recoger con la grúa, la mujer que estaba en la oficina y los dos hijos que eran uno el mecánico del taller y otro el vendedor del concesionario. Estaba por allí también una abuelilla tejiendo y en un momento dado llegaron lo que supongo que serían dos nietas a por su paga para las fiestas.
Me enrollo hablando del concesionario porque se merecen todo mi agradecimiento, ya que hicieron todo lo posible por ayudarme. Si supiese el nombre hasta les haría publicidad, pero estaba yo como para fijarme en esos detalles. El caso es que la mujer estuvo tratando de buscar un taller de motos o un neumático hasta de debajo de las piedras, pero resultó misión imposible. Incluso finalmente fue ella la que se peleó por mí con los de la asistencia en carretera para conseguir que tanto la moto como yo pudiésemos volver a Madrid.
La moto se quedó allí, a la espera de que un camión del seguro pase a recogerla la próxima semana para traerla a mi taller de siempre, aquí en Madrid. Hoy me ha llegado un SMS diciendo que avise al taller de que se la llevarán el día 28.
Y a mí me pusieron un taxi hasta el aeropuerto de Valladolid (que yo ni sabía de su existencia), que era el lugar más cercano (a 2 horas) en el que podría recoger un coche de alquiler para venirme a Madrid.
El taxista muy simpático, me dijo que la próxima vez exigiese que el taxi me llevase hasta la puerta de casa. La verdad es que el taxi es un medio de transporte que yo he utilizado en contadas ocasiones y, por supuesto nunca para trayectos tan largos. Así que no tenía ni idea de que hicieran viajes tan largos y menos, que el seguro lo pagase. Para la próxima ya lo sé, aunque espero no tener que volver a utilizar estos servicios.
La verdad es que todavía tenía el miedo del accidente en el cuerpo, aunque ya habían pasado unas cuantas horas, y no estaba en plenas facultades para conducir, pero al final conseguí llegar a casa a las 12 de la noche, 14 horas después de haber salido y con un cansancio acumulado que me hizo quedarme dormido casi con mi atuendo de motero puesto. Esta tarde he ido a devolver el coche de alquiler y con eso y cuando recoja mi moto del taller con sus zapatos nuevos, daré por concluida la aventura de este puente. Que podía haber terminado mucho peor.