viernes, 30 de diciembre de 2011

Érase unas navidades

Bueno, ya se va acercando el final de este año y tocaría hacer balance, o hablar de cómo pienso celebrarlo o temas por el estilo, pero eso sería demasiado convencional para mí. Yo que ando siempre retrasado por el mundo, voy a hablar de cómo he celebrado la navidad durante mi vida.

Primero os pondré en antecedentes, diciendo que las navidades en mi familia son tradicionalmente una cosa bastante deprimente, pero aún así, nunca he faltado a la cita de pasarlas con ellos. La primera peculiaridad es que no nos juntamos con toda la parentela en la típica cena de nochebuena, en mi casa cuando nos juntamos es para la comida del día de navidad, pero eso lo dejaré para más adelante, de momento os cuento la nochebuena.

Cuando mis padres estaban casados y yo era pequeño, la estampa aquella tarde-noche solía ser la de mi madre estresada en la cocina, preparando platos y más platos y posteriormente engalanando la mesa con la mejor mantelería, la mejor cubertería, la mejor vajilla, vamos lo mejor de todo lo que había por casa. Posteriormente aparecía mi padre, a una hora indeterminada, pero mucho más tarde de la esperada y con mucho más alcohol en el cuerpo del recomendable, después de haber estado de celebración de bar en bar con los compañeros y amigos. La mayoría de las veces llegaba tan pasado que se metía en la cama directamente hasta la comida del día siguiente. Mi madre se entristecía por haber estado toda la tarde metida en la cocina para nada y, aunque trataba de disimilar para que el pequeño Bitxin no se enterase de nada, la verdad es que acababa cenando yo sólo, porque ella apenas probaba bocado.

Esta costumbre se mantuvo más o menos así hasta los últimos años del matrimonio, aunque cada vez con más invitados. Desde que murió mi abuelo materno, mi abuela venía a cenar también por nochebuena, así que mi padre trataba de comportarse un poco mejor delante de su suegra. Posteriormente se divorció un hermnano de mi madre y también pasó a acompañarnos en aquellas veladas. La estampa era dantesca, porque mi padre estaba alocholizado, a mi abuela se le empezaba a ir la cabeza y mi tío yo creo que tiene bastante limitada su capacidad intelectual, así que os podéis imaginar las conversaciones sin pies ni cabeza que se producían en aquella mesa. Completábamos el cuadro mi madre, ausente en la mesa porque seguía en la cocina terminando de cocinar y servir los platos y yo enguyendo todo lo más rápido posible para encerrarme en la habitación cuanto antes y abandonar aquella estampa familiar.

Estos últimos años la cosa ha vuelto a cambiar. Mis padres se divorciaron, así que por la tarde me voy con mi padre a ver a su familia, que es la única vez al año que nos vemos. Tengo con ellos la típica conversación intrascendente durante unos 5 minutos que se me hacen eternos y en los que interiormente me pregunto qué hago yo allí y qué tipo de lazos afectivos me unen con esa gente y luego ya mi padre me devuelve a casa de mi madre. Con ella vamos a llevarle la cena a mi abuela, que ya no se mueve de su casa y está acostumbrada a cenar a las 7-8 de la tarde. Nos estamos con ella mientras cena y luego nos volvemos a casa de mi madre y cenamos los dos solos la mar de bien. Mi tío tampoco nos acompaña porque se ha echado una novia sudaméricana que podría ser su nieta y que suponemos que está con él por lo que está, pero que hay que reconocer que por aguantar a semejante hombre a su lado, tiene ganado el cielo y cada céntimo que le pueda sacar, ya que es un ser cargado de virtudes (machista, homófobo, putero, bruto, cortito,... ) A ella en la familia cariñosamente la apodamos "la rubia" por su color de tinte, aunque tengo que decir que yo nunca la he visto en persona.

La comida de navidad como he comentado, es en el acontecimiento en el que tradicionalmente nos reunimos con toda la familia materna.

Cuando yo era pequeño y empezamos con esta tradición de juntarnos, era muy divertido porque también estaban mis primos con los que me llevo uno y dos años y nos lo pasábamos muy bien haciendo trastadas antes y después de la comida y jugando a nuestros juegos de mesa. Nos juntábamos mis abuelos, un hermano de mi madre (no el ahora divorciado) con su mujer y sus dos hijos, la hermana de mi madre que todavía estaba soltera y vivía en casa con mis abuelos, mis padres y yo.

Unos años más tarde la composición de la mesa cambió, ya que murió mi abuelo, apareció mi tío divorciado, mi tía se casó y tuvo a su hija y por culpa de su mujer, la familia de mi otro tío dejó de juntarse con nosotros y con ello, yo me quedé sin primos con los que compartir momentos. También cambió el lugar de celebración, que pasó de ser en casa de mi abuela a ser en casa de mi madre.

Y así llegamos al relato de cómo ha sido mi navidad este año, pero visto lo que llevo escrito hasta este momento, mejor lo dejo para otro día.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Érase un retorno

Ya ando otra vez por aquí, si os preguntáis el motivo de tan larga ausencia, os lo puedo resumir en que he estado tratando de recuperar la relación con ÉL y eso consume mucho tiempo.

Pero considero que ha sido un tiempo muy bien invertido, a pesar de que me ha tenido alejado de la blogosfera, ya que hemos conseguido alinearnos en el espacio-tiempo.

Muchas veces he comentado que siempre estábamos como el perro y el gato, ya que cuando yo quería volver ÉL no estaba tan seguro y cuando ÉL quería volver, era yo el que no estaba por la labor.

Pero por fin llegó el momento en el que los dos nos encontramos predispuestos a la reconciliación, desplegando cada uno nuestras mejores armas y volviéndonos a enamorar mutuamente.

Lo de que hemos vuelto, tampoco lo hemos hablado así en plan de decírnoslo a la cara, ya que en su día tampoco hablamos nunca de que estábamos saliendo. Simplemente hemos llegado a esa conclusión después de pasar tantísimo tiempo juntos, cuando ÉL se queda casi todos los días a dormir en mi casa y cuando hacemos planes de futuro juntos. Supongo que eso es una relación, aunque nunca hablemos sobre ello.

Dicen que de todo se aprende en esta vida y de las 3 rupturas que hemos tenido, yo he aprendido cosas importantes.

En la primera ocasión, cuando apenas llevábamos un par de meses, descubrí la belleza de su interior, ya que yo corté sin darle ninguna explicación y ÉL se mantuvo a mi lado, ofreciéndome su amistad desinteresada, que me venía muy bien porque yo no conocía a casi nadie en esta ciudad y con ese gesto en el día a día me fue conquistando. Creo que incluso puedo decir que fue ahí cuando me enamoré realmente de ÉL, ya que hasta ese momento creo que nunca me había tomado en serio lo nuestro.

En la segunda ocasión, tras un par de años de relación, habíamos caido en la rutina y yo tenía ganas de hacer cosas nuevas. En el primer intento de introducir novedades, se me ocurrió hacer una salida de senderismo por la Sierra y la cosa salió mal. Esa gilipollez supuso la segunda ruptura. En aquella ocasión, creo que yo tuve siempre claro que volveríamos hasta que ÉL me dijo que estaba empezando algo con otro chico. Eso hizo clack en mi mente y ahí fue cuando empecé a luchar por reconquistarlo. De aquella ruptura aprendí que no puedo pretender que ÉL esté eternamente detrás de mí y que si yo paso de ÉL, ÉL puede hacer lo mismo y dejarme por otro. Parece obvio, pero es algo que hasta ese momento nunca me había planteado.

De esta ruptura creo que todavía es pronto para sacar conclusiones, pero ahora mismo pienso (y espero que ÉL también) que estamos hechos el uno para el otro y que tenemos toda una vida en común por delante, con sus buenos y malos momentos. Espero que sean mucho más de los primeros, y que no haya más rupturas. El tiempo lo dirá.

No creo que leas esto, pero por si acaso: TE QUIERO.